“Hola familia bonita, familia hermosa, familia pechocha”, dice religiosamente Celina Bonilla, la voz que encanta todas las tardes a través de los micrófonos de la Fiesta 98.5. Su carisma y calidez, la han convertido en compañera inseparable de los oyentes vespertinos, quienes disfrutan con sus anécdotas y se sienten identificados con su estilo. Pero detrás de la locutora, quien además es directora de promociones de la estación, hay una historia de esfuerzo y superación, que la convierte en otra de las mujeres asombrosas de nuestra región, a la que exaltamos con motivo del Mes de la Mujer.
Celina llegó a los Estados Unidos a los 12 años de edad, con la ilusión de reencontrarse con sus padres, quienes la habían dejado años atrás al cuidado de sus abuelos, en su natal San Salvador, mientras buscaban mejores oportunidades para todos en territorio americano. Vino como muchos inmigrantes, cruzando fronteras, esquivando inconvenientes en el camino y acumulando en su mente de niña, memorias que se quedarían grabadas para siempre.
“Antes de pasar la frontera o el desierto, nos llevaron a una casa pequeña en México y había quizás unas 150 personas y cuando pasamos el desierto había una señora obesa, como que no le habían dicho que íbamos a caminar tanto, entonces a los 15 minutos ella dijo yo ya no puedo caminar”, relata Celina. “El coyote le dijo quédate aquí, camina 5 minutos y te entregas con ellos. Entonces seguimos caminando y el coyote nos dijo después: Ok, les voy a decir la verdad, esa señora, que Dios la ampare, no se que va a pasar con ella, se la comen los coyotes o cualquier otro animal, o se la lleva inmigración. Si alguien más quiere quedarse, este es el momento de que hable”.
A pesar de las dificultades de la ruta, para la pequeña Celina el viaje seguía siendo una aventura, primero porque venía en compañía de su padre, y segundo, porque no entendía de fronteras, ni de “migra” y mucho menos de indocumentados, dice. Incluso decidió escribir en un cuaderno las impresiones de su recorrido y plasmar en el papel todo aquello que iba descubriendo cada día, camino al país de los sueños.
“Yo decía esto es como una película, voy a ir documentando todo. Y vamos a llegar a Estados Unidos, y allá va a ser el ‘American dream’”.
Se tardó un mes en llegar hasta Amityville, donde la esperaba su madre y aunque asegura que a ella le fue bien, en comparación con otras duras historias que protagoniza nuestra gente en la frontera, Celina reconoce que en su mente, también hay recuerdos imborrables, sobre lo implacable que puede llegar a ser la travesía por el desierto.
“Tanto fue el caminar que cuando llegué a casa de mi mamá, las uñas de los pies se me cayeron todas”, relata.
En territorio estadounidense Celina esperaba vivir en cualquiera de los grandes rascacielos que veía en la televisión, rodeada de luces y color, quizás en pleno Time Square, o en algún lugar cerquita de Central Park. Pero la expectativa era muy diferente a la realidad, que se encargó de aterrizarla y mostrarle su nueva vida en una Long Island ruda y desconocida.
“Nos vinimos para donde mi mamá vivía en ese entonces. Ella rentaba un cuarto en una casita, ella vivía en el ático. Y yo como que quedé en shock. Pensaba, bueno pero esto no es New York, esto no es como en las películas”.
Sin embargo el impacto más duro llegaría después, en la escuela, un espacio en el que ella se movía como pez en el agua, cuando estaba en El Salvador y aquí resultó ser una jungla peligrosa y totalmente desafiante para la pequeña Celina.
“En El Salvador a mi me Iban a dar una beca por mis notas, y me iba a cubrir la universidad. Pero cuando llegué aquí, a ese cambio de no entender nada, el primer día tuve que tomar exámenes, me pusieron el grado 0, recuerdo muy bien con plumón rojo en el papel. Yo era la número uno de mi clase y pasar a no saber nada, no entender nada. Yo lloré por un par de meses porque no entendía nada”, dice. “Al punto que mi mami me dijo, yo te quiero mucho, tu eres mi hija, pero si tu no estás feliz, yo te compro el vuelo y te regresas con tu abuela. Yo le decía, no mami yo no le puedo hacer eso, después viene la policía y le pregunta a usted cosas”.
Pero ni los sueños desdibujados, ni la dureza de su nueva vida, iban a frenar el espíritu luchador de Celina. Más temprano que tarde aprendió el idioma, y casi sin darse cuenta recuperó sus destrezas perdidas. Llegó a la escuela secundaria ocupando nuevamente un puesto en la lista de las mejores. Estaba en el top 12 de la escuela, todo parecía miel sobre hojuelas, hasta que otro golpe le recordó lo duro que muchas veces le resulta a un inmigrante indocumentado, abrirse camino en los Estados Unidos.
“Me llamó el director y me dijo, tu estás en el top 12, ya es hora de que vayas buscando college, el problema está en que tu no tienes papeles. Y yo no entendía qué era eso. Entonces me dijeron que no podía aplicar para ayuda financiera, no podía aplicar para becas o cualquier otro programa”, dice Celina. “Recuerdo que me llamó una maestra y me dijo sabes qué, tu solo aplica para trabajar en McDonald’s. Y no es que yo piense que trabajar en McDonald’s esté mal, pero estaba en el top 20 de mi escuela, y entonces me entró una depresión muy fuerte, porque había pasado de ser la mejor en El Salvador, a ser la peor aquí, luego me probé a mi misma una vez más que sí podía y ahora resultaba que todo ese esfuerzo no valía de nada”.
Celina asegura que su madre siempre le dijo “si tu quieres, tu puedes” y ese consejo se convirtió en su mantra y su mayor aliciente. Sí, aplicó a establecimientos de comidas rápidas como lo sentenció aquella maestra, y consiguió no solo uno, sino dos trabajos, pero no para hacer una carrera allí, sino con la firme convicción de reunir el dinero para pagarse sus estudios. Así fue como logró ingresar a la universidad, llegar a estudiar comunicaciones y tras probar suerte como practicante en algunas empresas, descubrir su verdadera pasión: La radio.
“Yo dije esto es lo que me gusta. No podía explicar por qué pero me enamoré”.
Llegó a la Fiesta como prácticamente hasta que conoció a Ana María Caraballo, quien le dio la primera oportunidad laboral de manera formal y se convirtió en su mentora.
“Comencé en promociones y me gustó y fui agarrando más confianza y luego me pusieron al aire y la gente me iba aceptando”, dice.
Así, con mucho esfuerzo fue construyendo su carrera en la única emisora latina de Long Island. Hoy en día no solo acompaña a los oyentes de lunes a viernes, entre las 11 de la mañana y las 2 de la tarde, sino que además es la cabeza del departamento de promociones de la emisora, un trabajo en el que se siente realmente “en su salsa”.
“Todo el mundo aquí ha sido demasiado generoso conmigo. Somos un equipo y nos ayudamos de muchas maneras diferentes. He aprendido muchísimo de todos los departamentos”, dice.
Durante el gobierno del presidente Obama, Celina se benefició al igual que cientos de miles de estudiantes indocumentados, del programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, mejor conocido como DACA. Y no solo pudo salir de las sombras, tener un estatus migratorio definido, sino que además decidió unirse a la lucha de otros jóvenes como ella y pedir a través de diferentes plataformas, que el alivio que les proporciona esta figura, no sea un asunto temporal, sino que la solución definitiva llegue de una vez por todas, para los millones de inmigrantes indocumentados que hay en los Estados Unidos, muchos de los cuales, son como ella, profesionales y talentosos, con un inmenso potencial para ofrecerle a esta nación.
“Yo vi las noticias y vi que el presidente decía que iba a dar ciertos beneficios para estudiantes que tenían ciertas calificaciones y yo tenía todo eso. Empecé a llorar, me puse de rodillas y di gracias a Dios, en ese momento yo sabía que todo el esfuerzo que había hecho valía la pena porque lo iba a poder ejercer en la universidad. Sabía que no iba a resolver todo, pero había esperanza para más”, relata al recordar el día en que se dio cuenta que podría beneficiarse de DACA.
“Usted no sabe cuántos muchachos me mandan mensajes y me dicen Celina yo quiero hacer esto, pero no puedo porque no tengo papeles y hay una frustración generalizada”, dice. “Yo he estado en esa posición y no puedo ser egoísta y decir ‘yo ya tengo lo mío’. Uno tiene que seguir peleando por los demás. De una y otra manera ser consciente de que tiene que haber un cambio, porque no es justo para los millones de personas que están indocumentadas, yo tengo algo y millones de personas no tienen nada y no puedo hacerme de la vista gorda sin voltear a ver al otro lado, por eso me conecto con eso, y me digo, yo tengo que pelear por ellos”.
Cuando se le pregunta a la carismática Celina con qué sueña en la vida, ella contesta sin reparo y entre risas “con comer mucho y no engordar”, porque así es esta mujer, alegre y espontánea. Ya un poco más reflexiva, asegura que sueña con convertirse en el cerebro de los conciertos latinos en los Estados Unidos, encargarse de los contratos y coordinar un programa de artistas, sus presentaciones, el marketing y el manejo de la gira en general.
“Yo quiero poner el nombre de los latinos muy en alto, porque soy consciente de que la gente me ve y dice, sabes qué, si ella lo puede hacer, yo lo puedo hacer”, asegura. “Yo soy una mujer común y corriente, no nací en cuna de oro, no vengo de familia de nombre, pero yo lo puedo hacer y tu también lo puedes hacer, entonces mi meta no es ser famosa, sino conocida en el mundo del entretenimiento, el mundo de los conciertos, para que otras personas puedan ver que si alguien común y corriente puede hacerlo, todos lo pueden lograr”.
Cuando era niña a Celina le gustaba organizar fiestas y presentaciones en la escuela. Sin darse cuenta su vocación parecía estar definida desde chica, porque ahora sueña con organizar grandes espectáculos. Eso sí, con la misión de transmitir siempre un poco de alegría y mucha inspiración.
“Muchas veces no sabemos que están pasando las personas, pero me gusta que se desconecten unas horas, que piensen que no todo es tragedia. Para mi es un privilegio estar en contacto con la gente, porque muchos de ellos están aca sin familia y me gusta hacerles sentir que yo soy esa familia para ellos. De una u otra manera decirles aquí tienes a alguien”.
El camino no ha sido fácil para la locutora, la estudiante, la trabajadora y la soñadora Celina, pero ella sigue mirando hacia adelante, esquivando obstáculos, poniéndole el pecho a la brisa todos los días y dándole color a nuevos sueños.
“Una de las cosas más bonitas es que la gente se da cuenta y no me da pena decir, que soy indocumentada, soy un “dreamer”. Y que la gente diga tu nos inspiras, eres un ejemplo de que los sueños se pueden hacer realidad. Yo se que es difícil, pero tenemos que seguir adelante, y callarle la boca a la gente que nos dice que no. Si se puede, con la ayuda de Dios es posible. Sigan adelante y cuando sientan que no van a poder, miren el ejemplo de esta servidora, que con su locura, con su lloraradera, con todo, está saliendo adelante, poco a poco, un día a la vez”.