Dicen los expertos que el COVID-19 no discrimina, porque contraer la enfermedad es una “lotería” que se puede ganar cualquiera, sin importar la clase social, la raza o la religión. Basta con estar cerca de alguien positivo, para correr el riesgo de contagiarse de ese virus que hoy tiene en jaque a la salud del mundo.
Pero más allá de los temas sanitarios, la pandemia del coronavirus ha desatado una especie de epidemia paralela, cuyos síntomas son: desempleo, reducción de salarios, cierre de negocios, bancarrotas, bolsillos asfixiados y otras manifestaciones de agonía, que provocaron el traslado de la economía nacional a una especie de “unidad de cuidados intensivos”, para salvarle la vida. Y aunque la pandemia económica tampoco escoge a quienes atacar, es claro que para algunos el golpe ha sido mucho más contundente: En esta redacción recibimos todos los días llamados de auxilio por parte de nuestra gente. En los dos meses de crisis, hemos conocido muchas historias de angustia, preocupación y desconsuelo: Latinos que han sido contagiados y no tienen dinero para enfrentar su enfermedad, latinos que por su estatus migratorio temen acudir a un centro asistencial, trabajadores a quienes los han mandado para la casa, sin sueldo, mientras la situación mejora, familias enteras que no tienen cómo llevar sustento a sus hogares, latinos que dieron positivo en la prueba de diagnóstico y se han aislado por su cuenta sin mayor atención, hombres y mujeres que han perdido a un familiar y no tienen dinero para pagar un funeral digno, decenas de agrupaciones que se sienten solas y abandonadas y han tenido que emprender diversas iniciativas para conseguir dinero en tiempos de escasez.
Pero, por qué es tan caótico para nuestra comunidad enfrentar una emergencia como esta?
Un gran porcentaje de la fuerza laborar latina, que se busca la vida en diferentes sectores del East End, trabaja al día. Son personas que viven diariamente con lo que reciben en los empleos que consiguen cada mañana. Otros tienen trabajos más estables, pero en condiciones muy particulares: Hablamos por ejemplo de los jornaleros que, como su nombre lo indica, se mueven al vaivén de cada jornada. Hablamos de las trabajadoras domésticas, que limpian las casas del área o cuidan los niños de las familias más adineradas, hablamos de los trabajadores indocumentados que no tienen ningún vínculo laboral con las empresas a las que les entregan su esfuerzo, hablamos de aquellos trabajadores que aunque laboran por contrato, no tienen ahorros porque sus precarias economías no les permiten prepararse para una emergencia como la que estamos viviendo, o los pequeños empresarios a los que no les ha quedado de otra que cerrar sus compañías. Todos ellos conforman esa comunidad que hoy más que nunca se siente a la deriva.
La crisis del Coronavirus obligó al congreso a aprobar el paquete de auxilio económico más grande del que se tenga registro en los Estados Unidos. El impacto contempla un auxilio de 1,200 dólares para gran parte de los estadounidenses y hasta 2,400 dólares para las parejas que hayan presentado en conjunto su declaración de impuestos. Sin embargo ese “salvavidas” deja por fuera a quienes no tienen un número de seguro social válido. Un “pequeño” detalle gracias al cual mucha de nuestra gente no tiene cómo acceder al estímulo. La situación es tan crítica que el alcalde de la ciudad de Nueva York tuvo que unir esfuerzos con entidades filantrópicas para crear un fondo de ayuda a los inmigrantes que se quedaron por fuera de los auxilios del gobierno. La medida le permitirá a por lo menos 20 mil indocumentados acceder a un alivio hasta de mil dólares, si tienen hijos, 800 dólares en el caso de las parejas y 400 si se trata de un individuo solo. Pero ésta es una disposición local que sólo beneficia a los inmigrantes de la ciudad.
El congreso ha aprobado en dos ocasiones inyecciones de dinero para los pequeños negocios, un sector del que hace parte mucha de nuestra gente. Pero ese dinero tampoco ha llegado de manera fluida, porque la lista de aplicantes es interminable y la plata destinada para ese fin, se ha esfumado en tiempo récord.
El pasado 17 de abril, varias agrupaciones de apoyo a inmigrantes, le enviaron una carta al Gobernador Andrew Cuomo, en la que ponen sobre el tapete la grave crisis económica que está viviendo esta comunidad a lo largo y ancho de todo el estado. En la comunicación, firmada también por varias asociaciones del East End, los líderes le recuerdan al mandatario que hasta ahora, ninguna de las opciones de alivio, incluye a nuestra gente. Las agremiaciones le proponen al gobernador, entre otras cosas, crear un programa de reemplazo salarial para trabajadores excluidos del seguro de desempleo, asignar fondos para organizaciones comunitarias y proporcionarle alivio económico a los afectados de la pandemia, a través de entidades confiables. “Esta financiación de emergencia, como la financiación de estímulo, debe estar disponible rápidamente, para permitir que los miembros de la comunidad permanezcan dentro y protejan su salud y la de sus familias y comunidades. En esta crisis no hay ”ellos“. Solo estamos nosotros”, dicen las organizaciones en la carta.
Sin embargo hasta el momento no ha habido una respuesta contundente que se traduzca en acciones. El mandatario regional ha señalado en diversas oportunidades que el coronavirus tiene al estado “quebrado” y que su capacidad de acción depende en gran medida de los fondos federales, que ha prometido promover el presidente en el próximo paquete de alivio económico que se apruebe. Mientras tanto, pasan los días y no sucede nada que pueda ayudar a la comunidad más afectada de esta pandemia.
En los últimos días han surgido algunas otras propuestas de ayuda, entre ellas, la presentada por la congresista de Michigan, Rashilda Tlaib, según la cual cada individuo recibiría una tarjeta pre-pago con un cupo de 2 mil dólares iniciales y un “recargo” de mil dólares adicionales, cada mes, por un período de un año. La propuesta contempla además que el auxilio llegue a indocumentados, a aquellos que no tienen una cuenta de banco, a los dependientes de quienes pagan impuestos en incluso a los habitantes de los territorios no incorporados, como Puerto Rico.
Pero la propuesta no ha pasado de ser solo eso, “una propuesta” y las necesidades de la comunidad ya no dan espera.
Sí, el virus no discrimina como dicen los expertos. Sí, el virus no escoge a sus víctimas, pero es claro que las consecuencias de esta pandemia se han ensañado con nuestra gente. No es gratuito que un sentimiento generalizado de desesperanza se haya apoderado de muchos de los latinos de esta zona.
Ante este panorama tan desolador, se requiere el liderazgo genuino y desinteresado de quienes tienen acceso a las leyes, es urgente una representación activa de los legisladores y asambleístas, de los senadores estatales, de los supervisores, de los activistas, en fin, de todos aquellos que tienen en sus manos un poco de poder. Nuestra comunidad necesita más que nunca, una voz. No es momento de mirar a los latinos únicamente como el grupo poblacional que más casos positivos de COVID-19 tiene, no es momento de reparar en su estatus migratorio, no es momento de verlos sólo como una cifra o un número, es el momento de darles una mano para que puedan pasar este trago amargo, que para muchos podría ser la crisis más dura que les ha tocado vivir desde que decidieron emigrar hacia el país de las oportunidades.