Jorge Tovar llegó a los Estados Unidos a finales de la década de los 80, en busca de mejores oportunidades de vida. Atrás tuvo que dejar su natal Santa Lucía Cotzumalguapa, el pueblo de la costa sur de Guatemala que lo vio nacer, tuvo que dejar a sus amigos, sus recuerdos de infancia y la carrera musical que inició desde los 11 años de edad.
A pesar de que cuando llegó a territorio norteamericano tenía escasos 19 años, en Guatemala, ya era un músico reconocido, con un nombre como pianista, un título de profesor de música y una inmensa trayectoria, que alimentó desde chico, tocando con su hermana, en fiestas, bodas y toda clase de celebraciones. Hacía parte del grupo musical “Café” con el que grabó discos y participó en varias giras. Sin embargo, al instalarse en East Hampton, el pueblo solitario de aquel entonces, sus oportunidades en el ambiente musical fueron prácticamente nulas.
El piano, las partituras y sus sueños de tocar con una gran agrupación, quedaron congelados, mientras se abría camino, como todos los demás, en los trabajos que estaban disponibles.
“Definitivamente lo más duro fue el idioma, porque uno estudia inglés en Guatemala, pero cuando llega aquí se da cuenta que no sabe decir ni tres oraciones”, dice Jorge, a manera de recuerdo de aquellos días en los que todo era nuevo para él.
Trabajó en una compañía de jardinería, en una empresa de mantenimiento de piscinas y en lo que surgiera para acoplarse a ese nuevo estilo de vida. Pero la música, ese regalo que heredó de su padre, jamás dejó de perseguirlo y era tanta la falta que le hacía, que al año de estar aquí, decidió regresar a su país para reencontrarse con su esencia musical.
“Yo no hablaba el idioma, no conocía a nadie y no me gustó, porque mi carrera era tocar y yo no estaba tocando” dice.
Dos años después volvió a los Estados Unidos, esta vez con la intención de instalarse definitivamente en Long Island. Se vinculó con un grupo musical de Hempstead, luego conquistó a punta de cumbias, a un grupo musical de Freeport, hasta que alternó con el grupo “Rana” uno de los más famosos de su país y lo hizo tan bien, que le ofrecieron hacer parte de la agrupación. Con Rana volvió a Guatemala, aunque estuvo de gira 9 veces en los Estados Unidos y en otras partes de Centroamérica, alternó con artistas como Selena Quintanilla, Celia Cruz los Bukis y Wilfrido Vargas, entre muchos otros.
“Como yo era soltero, yo iba y venía. Grabamos muchos discos, el grupo ha sido muy exitoso desde los años 80”, dice Jorge.
Después de su paso por “Rana”, dirigió un grupo musical en El Salvador, hasta que decidió dejar las giras, las presentaciones y las correrías musicales, para echar raíces definitivamente en Nueva York. Estudió tecnología de grabación y luego quiso homologar su carrera de maestro musical en los Estados Unidos, una tarea nada fácil, a pesar de todas las bases musicales que traía.
“Me pusieron en clases avanzadas y aún así me tomó 4 años graduarme. Pero me gradué como maestro de música por segunda vez”, relata el maestro Tovar.
Aunque su familia sigue radicada en East Hampton, él decidió realizar sus sueños como docente en una escuela intermedia de Queens, donde ahora imparte no solamente sus conocimientos musicales, sino también sus destrezas en tecnología del sonido.
Durante los meses más difíciles de la pandemia, en medio de la distancia de las clases virtuales, logró acoplar a sus estudiantes en un maravilloso video musical, al que le dedicó muchos días con sus noches, hasta conseguir que sonara exactamente como quería. La pieza fue motivo de orgullo en su escuela y una inspiración para los alumnos, en medio de condiciones tan adversas.
“Ver la cara de los papás y de mis estudiantes, cuando les presenté el video, no tiene precio, fue algo maravilloso y recompensó todas las horas de trabajo”, aseguró.
Hoy en día el maestro Tovar alterna sus clases de música, con sus presentaciones como parte del grupo Triple A, con el que ameniza fiestas, eventos y veladas en diversos restaurantes. Trata de inculcarle la pasión por la música a su pequeño hijo de 7 años, mientras se prepara para recibir a su segundo bebé. Y aunque finalmente se estableció en Long Island, lejos de Guatemala, el amor por su país, por su música y por sus raíces, sigue tan vivo como el día que salió de su tierra.
“Yo extraño ver un volcán, pescar en un río, comerme un ceviche de concha y sobre todo la gente de Guatemala, que es muy linda. Allí no hay racismo, es un pueblo muy puro”, señala Jorge. “Yo tengo muchas memorias allí, mi familia está allí, mis amigos están allí”.
Hoy al mirar atrás, dice sentirte inmensamente orgulloso del camino recorrido y muy feliz de poder compartir con sus alumnos, las experiencias y conocimientos que ha acumulado a largo de todos estos años.
Es además es el orgullo de su familia, de su tierra y de los estudiantes que ven en este guatemalteco de Santa Lucía, un ejemplo a seguir.