Noviembre fue un mes extraordinariamente duro para mi familia. Como millones en todo el mundo, tuvimos la desgracia de ver a varios de nuestros seres queridos caer en las garras del Covid-19, un virus tan impredecible y traicionero que puedes estar bien un día y al siguiente internado en la Unidad de Cuidados Intensivos, así sin mas, alejado del mundo y de lo importante, de las personas que quieres, sin saber si volverás a verlos.
En los dos casos de contagio de Covid en mi familia cercana, una sola persona —una—, que en ese momento estaba infectada pero se mostraba asintomática, tuvo contacto con uno de mis familiares por un ratito en casa, ya sabe, para hacer la visita, y boom!, una semana después, mis familiares estaban internados en el hospital y nosotros, sus seres queridos, con el corazón en la mano, rogando a Dios para que los sacara de esa pesadilla. Y de verdad, no tengo palabras, ni me alcanza el vocabulario para describir la angustia que se pasa. Seas tú el enfermo, o los que esperan afuera del hospital por ti, este virus no tiene piedad con ninguno.
Para los incrédulos, nuestro caso no es aislado, no es una exageración. Las plazas hospitalarias son cada vez menos y el gobernador del estado Andrew Cuomo advierte que un cierre general es inevitable a no ser que los mismos neoyorquinos paren la propagación. En el condado de Suffolk 1.145 personas han sido diagnosticadas con Covid en las últimas 24 horas. Se han muerto, sólo en el condado, 2.172 personas desde marzo y 7.199 han sido internadas y luego dadas de alta en hospitales de la región.
El día anterior a Thanksgiving, el festivo donde muchos se pasaron las reglas de distanciamiento social por alto, el índice de casos positivos en el condado de Suffolk era del 3.3%, según cifras del Departamento de Salud. Hoy, apenas tres semanas después, es del 7.3%. El incremento tan marcado es sin duda brutal, y peligroso. ¿Qué más se necesita para entender que las reuniones en casa son la principal causa de contagio?
La Navidad se acerca, está ya aquí a la vuelta de la esquina, pero todavía hay tiempo de recapacitar. Si está pensando en invitar o ya ha invitado a familiares que viven en otras casas “no muy lejos”, a amigos que dicen “que se cuidan todo el tiempo”, al vecino “que está solo”, o a cualquier otra persona que no es de su núcleo directo con los que vive diariamente… queremos aconsejarle, no lo haga, por lo que más quiera, piénselo dos veces. Se lo pedimos no solo por su bien, pero por el nuestro también. Hay que entender, lo que se hace en las casas individualmente con respecto al virus, nos afecta a todos. De la misma manera, si debe ver a alguien para darle un regalo o llevar comida o cualquier otra razón, no se den un abrazo “porque es la comadre”, o se quiten la máscara “sólo por un momento”. Ni la incomodidad, ni la vergüenza son antídotos del virus, al contrario.
Esta no es la última Navidad, tengamos paciencia. Vendrán otras donde nos volveremos a reunir, a abrazar. Donde bailaremos juntos y haremos fiestas para todos los que queramos. Llevamos nueve meses con esta pandemia, aguantemos un poco más, las vacunas son casi una realidad. Lo que no da espera es la muerte de un ser querido. Lo que no da espera es la angustia de ver a su mama, hermano, esposo, amiga, luchando por poder respirar, como ahogado en tierra. Lo que no da espera es prolongar esta pandemia por nuestros actos. Seamos responsables, y por favor, tengamos un poco más de paciencia en los festivos que están por venir.