Lo mejor de la cocina del mundo: Strudel de Manzana Alemán

In Cocina, Portada by Alfredo Figueroa PérezLeave a Comment

A finales de 1985 Alemania todavía estaba dividida en dos, pero el hartazgo del sistema socialista, tanto dentro como fuera del país, era evidente.

La guerra fría había hecho estragos en la Europa del Este y, aunque para muchos hubo señales premonitorias, nadie anticipaba la caída del muro, o por lo menos no en la forma y momento en que se produjo. Con ese histórico acontecimiento vino el final de la guerra fría. A principios de noviembre de 1989, cayó el muro de Berlín. Alemania se reunificó en 1990 y las últimas décadas de la historia de este gran país pasó de golpe a ser parte del pasado. Pero, pasadas tres décadas de ese momento inolvidable, sus efectos todavía son visibles en Alemania en muchos aspectos.

Mi amiga Frida, hija de alemanes pero nacida en Chile, vivía desde su juventud en Frankfurt. Era profesora en una escuela pública y me invitó a pasar las fiestas de fin de año en su casa. Y allá me fui, en un viaje interminable en autobús atravesando Francia y parte de Alemania. Frankfurt fue una ciudad importante desde sus inicios. Formó parte del imperio Romano, pero luego la ocuparon los germanos, hasta que fueron a su vez conquistados por los francos. Esa importancia comercial venía de su ubicación en la ruta comercial entre Génova y los puertos del Mar del Norte, y fue creciendo con el paso del tiempo. Eso permitió que se creara allí la bolsa de valores y que en 1536 la ciudad fuese declarada sede permanente de las elecciones imperiales. Hasta 1792, fue el lugar donde se coronaba a los emperadores alemanes. A comienzos del siglo XX, Frankfurt era una metrópoli comercial rica y reconocida en todo el mundo. Pero llegaron las dos grandes guerras. Durante la Primera Guerra Mundial, la ciudad no sufrió daños significativos, e incluso durante y después de la crisis generalizada de 1930, Frankfurt siguió creciendo. Durante la Segunda Guerra Mundial el centro histórico de la ciudad fue totalmente destruido, a excepción de la catedral. En el reparto de Alemania tras la guerra, pasó a formar parte del nuevo estado federado de Hesse como parte de la República Federal Alemana. Actualmente, es una de las ciudades que mejor combinan historia y modernidad. Es una ciudad para caminar. En sus calles, los edificios medievales y los rascacielos modernos se entremezclan. En las riberas del río Meno podemos encontrar decenas de interesantes monumentos que reflejan el paso de la edad media hasta nuestros días.

Alfredo Figueroa y su amiga Frida en Frankfurt, Alemania en 1986. Foto de cortesía

A mediados de los años 80 no existían los vuelos “low cost“, o de bajo precio. La diferencia de precio entre un vuelo en aerolínea regular, un billete de tren y un billete en autobús era enorme y no daba lugar a escoger la forma de viajar. Yo estaba acostumbrado a los largos viajes en “flota” de Colombia, en los que, en cualquier desplazamiento, aparte de jugarte la vida, era de imprevisible duración. Los buses para Frankfurt eran seguros y muy confortables. Salían de la Estación del Norte en Barcelona. Se tardaba alrededor de 18 horas en llegar al destino. El bus iba lleno de españoles que iban, como yo, a pasar las fiestas decembrinas en Alemania.

El autobús llegó según lo previsto y Frida, como buena alemana, me esperaba en la terminal de autobuses, en medio de una ciudad nevada. Yo estaba encantado de verla y de estar en Alemania. En cuanto pudimos, nos fuimos a dejar la mochila a su casa y aunque hacía mucho frío, enseguida salimos a dar un paseo por la ciudad, mientras nos poníamos al día de las noticias y chismes. Frankfurt es considerada la capital financiera de Europa y para entonces se había convertido en una ciudad grande y moderna, donde también tenían espacio la tradición y el recuerdo. Había un contraste entre lo antiguo y lo nuevo. Visitamos el mercado de Navidad, que está ubicado en el centro de la ciudad, donde resaltaba un espectacular árbol gigante lleno de luces que iluminaba las casas típicas alemanas de la plaza y servía de marco al skyline de la ciudad moderna que se asomaba por encima de los tejados de las casas antiguas. Tengo fijada en mi memoria esa imagen tan bonita. El mercado estaba muy animado y mucha gente lo estaba visitando, pero no era agobiante. Había una sucesión de puestos con adornos navideños, luces, pesebres, tarjetas, comidas, deliciosos dulces, bebidas, y varias ventas de Glügwein, que es una de las tantas versiones de vino dulce caliente aromatizado con muchas especies (azúcar, canela, clavos, nuez moscada, anís estrellado, cardamomo, naranja, limón), tan típico en Alemania en invierno y en especial durante las fiestas. Según me contó Frida, en Alemania la navidad es una fiesta muy celebrada y además de ser una tradición religiosa es sobre todo una tradición familiar. Los primeros aromas de navidad se sienten a comienzos de septiembre cuando el verano llega a su fin. Hay mucha afición a la navidad, tanto que hay tiendas inmensas de artículos navideños que están abiertas todo el año. A partir del primer día de adviento, mercadillos de navidad, canciones navideñas, guirnaldas y luces difunden el espíritu navideño por todo el país. En otra plaza que visitamos, Frida me invitó en un puesto callejero a unas salchichas cuando volvíamos a casa. Alemania es el paraíso de las salchichas. Antes de su unificación en 1871, lo que es Alemania hoy en día, estuvo durante más de un milenio dividida en un mosaico de pequeños reinos y ciudades independientes rivales, que facilitaron la aparición de innumerables variedades locales de salchichas. Actualmente, se cuentan alrededor de 1.200 clases y muchas de ellas son artesanales y se venden en los mercados. Son deliciosas, no tienen nada que ver con las que se encuentran empaquetadas en los supermercados. Aconsejado por Frida, me comí una currywurst, una de las más famosas, acompañada, eso sí, de un vaso caliente de glügwein (vino caliente con especias).

Al llegar a casa, nos reunimos con la familia de Frida. Hicimos galletas y acabamos de preparar la cena mientras ellos cantaban tradicionales canciones alemanas de Navidad. Frida había preparado un ganso asado gigante que estuvimos comiendo de todas las formas posibles los días siguientes, además de una típica y deliciosa ensalada de papas con salchichas y otros acompañantes. Quedamos llenísimos y, cuando creíamos que se había acabado la cena, apareció Frida con su Apfelstrudel recién salido del horno. Lo cortó en trozos y lo repartió acompañado de una bola de helado de vainilla. A pesar de estar llenísimo quería probar esa tarta caliente tan rara, con ese nombre tan raro, que nunca había probado. Me sorprendió el contraste del pastel tibio crujiente, con el frío del helado de vainilla, que además le aportaba cremosidad. Estaba buenísima. Mi cultura gastronómica de entonces no era muy grande y además no me suelen gustar los postres con manzana, pero tengo que reconocer que ese pastel tibio lleno de matices, me encantó. Es un postre típico Vienés y del sur de Alemania. Se trata de un relleno lleno de sabores, que además está esponjoso y jugoso, envuelto en una masa crujiente. Este pastel tan sofisticado y exquisito recorrió un largo camino desde Oriente, pasando por el imperio otomano y los Balcanes hasta ser adoptado por el imperio Austrohúngaro, desde donde se dio a conocer al mundo. Hoy es conocido en todo el mundo. Además, es realmente muy fácil de preparar. Es una apuesta segura y deliciosa para hacer en casa, ya que se tarda muy poco en hacerlo. Los invito a disfrutar de esta delicia que nos viene de oriente, pasando por la vieja Europa. Seguro que no los defrauda.

 

INGREDIENTES:

  • 4 hojas de pasta filo (se encuentra en los congeladores de supermercados)
  • 2 cucharadas (25 gr) de mantequilla
  • 1 huevo
  • 1 cucharada sopera de leche
  • Azúcar en polvo
  • RELLENO:
  • 1 libra de manzanas arenosas (Golden)
  • 1 taza (120 gr) de Azúcar moreno
  • 1/2 taza (70 gr) de pan rallado
  • 2.5 cucharadas (35 gr) de mantequilla
  • 1/3 taza (50 gr) de nueces
  • 1/3 taza (60 gr) de pasas
  • 1 cucharadita de Canela
  • 1 cucharadita de clavo molido
  • 1 cucharadita de nuez moscada
  • Una copita de moscatel o ron

PREPARACIÓN:

RELLENO:

Poner las pasas en un bol con el moscatel (o ron) a hidratar.

Pelar las manzanas, quitarles las semillas y cortarlas en dados de 1 cm. Ponerlas en un bol y añadirle el azúcar moreno, la canela, la nuez moscada y el clavo en polvo. Mezclar y reservar.

En una sartén derretir la mantequilla, añadir las manzanas, saltear por un par de minutos, añadir el pan rallado, mezclar por un par de minutos. Por último, añadir las nueces troceadas en trozos pequeños y añadir las pasas hidratas con el vino. Reservar.

MONTAJE:

Derretir la mantequilla y con un pincel untar delicadamente las hojas de pasta filo, una por una. Cada vez que se pinte una poner encima de otra ya pintada, así hasta que las cuatro estén una encima de otra. Colocar la superficie conseguida de pasta filo encima en una hoja de papel de horno, a la vez colocada en una bandeja de horno.

Distribuir uniformemente el relleno de manzana encima de las hojas de pasta filo. Dejar un borde de 1 pulgada (2-3 cm) por 3 lados y de 2 pulgadas (5 cm) por otro. Doblar hacia adentro los dos bordes de 1 pulgada (2-3 cm). Con ayuda del papel de horno enrollar haciendo un rollo desde el borde que tiene 3 cm, dejando para cerrar el borde de 2 pulgadas (5 cm). Tener cuidado porque la pasta filo se rompe muy fácilmente.

Mezclar el huevo con la leche, y con la mezcla pintar la superficie del rollo, con un colador, echar azúcar en polvo por encima y hornear en horno precalentado a 350ºF (180ºC,) arriba y abajo, por 30 ó 35 minutos, o hasta que la superficie esté doradita. Cuando ya esté, sacar del horno y espolvorear con azúcar pulverizada.

Es un pastel que se come templado/tibio y que acompañado de una bola de helado de vainilla, o un poco de crema inglesa o una buena cucharada de crema de leche montada, es sencillamente espectacular.

Buen provecho.

Foto cortesía: Caceroladas.com

Nota del Chef: Esta receta es parte de una serie semanal. Mi deseo es que nos permitamos hacer un viaje por el mundo que he conocido y que descubramos recetas de comidas deliciosas y fáciles y que las adoptemos para hacerlas en casa con los nuestros para poder viajar y conocer al menos una parte de esos lugares de los que les voy a hablar.

About the Author
Alfredo Figueroa Pérez

Alfredo Figueroa Pérez

Alfredo es de Cali, Colombia y vive en Barcelona, España. Es cocinero egresado de la Escuela Hofmann de Barcelona. Desde hace algunos años tiene una pequeña compañía de catering y da clases de cocina a adultos. Es un apasionado de los viajes y la gastronomía, lo que le ha permitido conocer muchos países y culturas alrededor del mundo. Como cocinero tiene influencias de sus ancestros latinoamericanos y de la cocina tradicional española, italiana y francesa. Define su cocina como una fusión andina y mediterránea. ¿Tiene preguntas? Escríbanos a info@tuprensalocal.com

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