Lo mejor de la cocina del mundo: Empanadas Fritas Chileno-Venezolanas

In Cocina, Portada by Alfredo Figueroa PérezLeave a Comment

Venezuela fue el segundo país que tuve la oportunidad de visitar por allá en los años 70.

Yo había acabado el bachillerato y había decidido ir a estudiar en una Universidad en Medellín que era bastante cara y que no me podía permitir, y necesitaba de algún modo pagarme la matrícula que era anual, y conseguirme parte del sustento durante el año académico. La Universidad a la que iba tenía un convenio con el gobierno venezolano por el cual se le concedían 40 visas a estudiantes de la universidad para ir a trabajar a Venezuela por 3 meses, desde finales de octubre a finales de enero, los meses de las vacaciones universitarias. La visa se concedía a estudiantes que durante el curso universitario hicieran méritos y tuvieran buen expediente. Supe que era la oportunidad que necesitaba, así que el primer curso que estuve en Medellín, me empeñé en reunir esos méritos y tener un buen expediente y apliqué para la visa para ir a Venezuela a trabajar. Me la concedieron.

Aparte de la satisfacción de haber conseguido la visa venezolana, pues entonces era más fácil conseguir una visa para los Estados Unidos que para Venezuela, estaba emocionado porque iba a conocer Venezuela, el país que estaba de moda en Latinoamérica, todo el mundo quería ir a ese país.

Muchos colombianos se jugaban la vida pasando al vecino país por la selva, por ríos y de cualquiera de las formas ilegales que hubiese. Para un colombiano ir a Venezuela significaba poder ayudar económicamente a su familia. La Venezuela de los años 70 era un país poderoso, lleno de oportunidades y con mucho trabajo para todo el que quisiera trabajar. Colombia era un país rural que empezaba a crecer económicamente. La diferencia entre un salario venezolano y uno colombiano era de 10 a 1. Cientos de miles de colombianos, de latinoamericanos, y de ciudadanos de todos los sitios del mundo emigraron y ayudaron a construir la prosperidad de Venezuela, que había empezado en los años 50 con el descubrimiento de yacimientos de petróleo y que tuvo su éxtasis con la nacionalización del crudo venezolano por el presidente Carlos Andrés Pérez en 1975.

Un par de años atrás en 1973, el embargo petrolero del bloque árabe de la OPEP a los países de Occidente había provocado que la cotización del petróleo se cuadruplicara. Gracias a ellos y a la nacionalización, entró dinero a Venezuela como nunca. El Estado venezolano subsidió la población mediante la alimentación y aranceles proteccionistas, lo que hizo que Venezuela bajara sus niveles de pobreza y que por ejemplo con el salario de 3 meses se pudiese comprar una casa o un carro. Había el dicho popular que se convirtió en el emblema de una época, el de decir: “ta barato, dame dos”. La gente compraba cosas por comprar. Las casas eran de cartón y lata, pero en la sala tenían un televisor inmenso y caro y en la puerta el último modelo de carro automático que hubiese en el mercado. Eran los tiempos de la Venezuela Saudita, donde gracias a la inyección de petrodólares la clase media se hizo habitual en Miami por el poder económico de los venezolanos. La tasa de desempleo bajó a índices históricos, rondaba el 4%. La gente se cambiaba de trabajo con una facilidad pasmosa. Todo el mundo iba a donde le pagaban más, sin despedirse de su anterior trabajo. El dinero estaba por las calles. Pero no se apuntaló la economía del país. Se cometieron muchos errores y se despilfarró mucho. Aquella prosperidad que brillaba tanto, en realidad fue una bonanza ficticia, que había empezado a principios de los años 70 y explotó cual burbuja un “viernes negro” de 1983, cuando aquel 18 de febrero el bolivar, la moneda más fuerte de Latinoamérica y una de las más fuertes del mundo, sufrió una abrupta devaluación frente al dólar. Lo que vino después es historia. Como se dice por aquí, “de esos polvos han venido estos lodos” que ahora sufre el pueblo venezolano.

El autor en su viaje a Venezuela en 1979

Yo llegué a Caracas lleno de expectativas en medio del esplendor económico del país. Una vez acabado el semestre, volé de Medellín a Cúcuta y desde allí entré por la frontera de San Cristóbal con mi flamante visa, cogí un pullman de lujo y llegué a Caracas después de viajar toda la noche por las autopistas venezolanas, que entonces en Colombia no existían, en medio de gandolas inmensas, carros todos nuevos, todos último modelo. En aquellos años dada la bonanza, se construyeron cerca de 33.000 kilómetros en autopistas por todo el país. En Colombia la modernidad no había llegado y todo lo que veía me asombraba. No pude dormir en todo el trayecto por la emoción de estar en Venezuela. Cantaba en mi cabeza la canción de Piero “…Caracas, el Ávila, el Guaire, el pulpo, la araña, tu sábana grande…” mientras el bus entraba por la autopista en Caracas. La sensación de estar en el futuro me recorría el cuerpo. La ventanilla del bus era un espectáculo: cientos de Edificios inmensos, avenidas, calles llenas de tiendas y de gente, distribuidores, puentes en varios niveles, parques, centros comerciales, tiendas, restaurantes, gente a montones, carteles y al fondo dominando la ciudad el Ávila con sus montañas imponentes.

El autor en la Guajira Venezolana en 1979

Estuve de visita por Caracas un par de días y luego me fui a trabajar al Oriente del país, una zona petrolera en el Orinoco, donde tenía que visitar Ciudad Guayana, El Pao, Upata y Guasipati, situadas cerca del Parque Nacional Canaima. La experiencia fue fantástica. Conocí otra Venezuela, más rural, más tranquila y donde los vientos de prosperidad habían llegado solo en los carros nuevos, los televisores, los electrodomésticos y pocas cosas más. Allí había un dicho muy popular que decía “Venezuela es Caracas y lo demás es monte y culebras”. Era un lugar donde estaban los principales asentamientos de petróleo del país, había mucha gente desplazada del resto del país y muchos extranjeros que tenían mucho dinero, así que logré el objetivo que perseguía, que no era otro que conseguir dinero para pagar mis deudas con la universidad y pagar completamente el año siguiente de mis estudios y mi manutención en Medellín.

Dada la inmigración que había en el país por aquellos tiempos había una gastronomía muy variada en Venezuela. Los locales comían las comidas tradicionales del país. Caraotas que unidas a otros alimentos hacen el conocido “pabellón venezolano”, las hallacas, las cachapas, las arepas rellenas que se venden en las areperías por todo el país, el hervido de gallina o de carne, los espaguetis, el bienmesabe y muchas más, comidas sencillas pero deliciosas que la gente prepara y ofrece en sus casas y que es fácil encontrar por las calles. Había abundancia de todo. A la tradición local se unieron las costumbres culinarias que traían los emigrantes desde sus países. La modernidad trajo las latas, la comida enlatada, los briks. Los supermercados estaban llenos de bebidas gaseosas, lácteos de todo tipo, comida internacional, licores de todos los rincones del mundo. En Caracas estaban los mejores restaurantes franceses del continente. Los italianos hacían pizzas con calidad italiana. La carne era de gran calidad. Todo era importado. Venezuela era un gran consumidor, pero sus campos producían poco. Los que viajaban desde Venezuela a otros países llevaban las maravillas de todo el mundo que se encontraban sin ningún problema en los abastos venezolanos. Galletas, licores, dulces, leche enlatada, quesos europeos, vinos de las mejores cosechas, embutidos, frutas y todo lo que uno se pudiera imaginar.

Recuerdo en uno de los primeros días que estuve por Venezuela unos amigos en Barquisimeto me llevaron a comer empanadas chilenas. Yo no había oído hablar de ellas, pero para mí es uno de esos momentos que se recuerdan toda la vida. En aquel momento, para mi, fue algo diferente y muy delicioso. Me volví adicto a estas empanadas. Se volvieron mi comida favorita de Venezuela. Hasta que conocí las hallacas. Las empanada chileno-venezolanas no tienen nada que ver con las empanadas chilenas de Chile, las cuales he conocido después y que me gustan mucho. Las venezolanas son fritas y tienen un relleno de queso. A esa variedad de queso, los venezolanos les llaman Empanadas chilenas. Las venden por las calles, en las panaderías y en puestos que pone las gentes en sus casas.

Las empanadas son el plato de cocina criolla más popular. No hay ciudad ni pueblo donde no haya una mujer fritando sus empanadas, que se suelen freír en aceite vegetal o manteca. Les invito a probar esta delicia.

INGREDIENTES:

  • 12 discos de empanada de harina de trigo—los venden en los supermercados, marca Goya por ejemplo. También se puede hacer con masa de hojaldre.
  • 2 tazas (200 gr) de cualquier queso que se derrita
  • 2 tazas (200 gr) de mozzarella
  • 1 taza (100 gr) de queso crema
  • Aceite vegetal

PREPARACIÓN:

Si se hace con masa de hojaldre, poner la masa en una mesa donde habremos esparcido un poco de harina. Con un rodillo estirar la masa hasta que quede muy delgadita. Con un aro troquelar la masa para hacer las tortillas.

Si se compran discos de empanada ya preparadas de supermercado, en una superficie lisa poner un disco. Poner encima un trozo de mozarella, queso, y una cucharada de queso crema. No debe de quedar muy relleno. Hacer todas las empanadas hasta terminar los ingredientes.

Cerrar muy bien la empanada con los dedos y con las puntas de un tenedor apretar un poquito hasta que se cierre bien.

En aceite caliente freír hasta que estén muy doraditas. Servir calientes. En Venezuela se acompañan con natillas.

Se pueden hacer variedades de rellenos para las empanadas:

  • De verduras
  • De carne
  • De pescado
  • De marisco

La imaginación al poder.

Nota del Chef: Esta receta es parte de una serie semanal. Mi deseo es que nos permitamos hacer un viaje por el mundo que he conocido y que descubramos recetas de comidas deliciosas y fáciles y que las adoptemos para hacerlas en casa con los nuestros para poder viajar y conocer al menos una parte de esos lugares de los que les voy a hablar.

Foto portada: https://www.recetasgratis.net/

About the Author
Alfredo Figueroa Pérez

Alfredo Figueroa Pérez

Alfredo es de Cali, Colombia y vive en Barcelona, España. Es cocinero egresado de la Escuela Hofmann de Barcelona. Desde hace algunos años tiene una pequeña compañía de catering y da clases de cocina a adultos. Es un apasionado de los viajes y la gastronomía, lo que le ha permitido conocer muchos países y culturas alrededor del mundo. Como cocinero tiene influencias de sus ancestros latinoamericanos y de la cocina tradicional española, italiana y francesa. Define su cocina como una fusión andina y mediterránea. ¿Tiene preguntas? Escríbanos a info@tuprensalocal.com

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