Dublín es una ciudad que siempre quise visitar.
Desde que leí en el colegio El Retrato de Dorian Gray de mi querido y admirado Oscar Wilde, me había sentido atraído por esa ciudad. Unos años después de llegar a España, vi la película Dublineses de John Huston, que por cierto fue la última película que dirigió, desde una silla de ruedas y con máscara de oxígeno. La película era una delicia, fue nominada a dos premios Oscar en 1987 y, aunque está ambientada a comienzos del siglo XX, retrata perfectamente la burguesía dublinesa de una ciudad digna de ser conocida. Las calles de Dublín son un bullicio de pasado y presente, una mezcla milenaria que ha inspirado por igual a escritores, viajeros y agitadores políticos. Pasear por sus calles es sumergirse en la historia, desde sus raíces vikingas en la ribera del Liffey, hasta las iglesias medievales con sus restos momificados y sus reliquias sagradas, pasando por elegantes calles georgianas y grandes edificios donde tuvieron lugar sucesos ilustres y a veces escandalosos. En los pubs centenarios y en el majestuoso Trinity College—una de las universidad más antiguas y conocidas del mundo— se observa cómo la ciudad ha sabido mantener su espectacular sentido de la historia.
La oportunidad de conocer Irlanda, y específicamente Dublín, llegó cuando entablé amistad con una compañera de trabajo, María Dolores, quien llegó al despacho donde yo estaba a realizar sus prácticas de estudio. A pesar de ser mucho más joven que yo, enseguida conectamos. Nos hicimos más que compañeros de trabajo. Nos hicimos amigos. Siempre estábamos hablando de la vida y de las aspiraciones que teníamos cada uno. Trabajar juntos se volvió algo divertido. Para el verano, tuvimos unos días de vacaciones y le conté de mis ganas de visitar Irlanda, no solo Dublín, si no también los acantilados de Moher y Cork, donde había vivido un año mi amiga Sarita. Ella aceptó enseguida acompañarme y nos fuimos. Fue un viaje inolvidable.
Llegamos a Dublín una tarde lluviosa y enseguida nos fuimos a conocer la ciudad. Caminamos sin rumbo por sus calles, visitamos museos, comimos sentados en las aceras y cómo no, terminamos la tarde en un pub. Visitamos la icónica fábrica de la cerveza Guinness, que fue construida en 1904 para ser un lugar de fermentación de la cerveza. Hoy en día es un museo muy interesante donde, al final del recorrido, dan una pinta de cerveza negra a los visitantes.
La ciudad se encuentra dividida por áreas que reciben el nombre de condados. Dublín representa no solo el centro económico, político y cultural de Irlanda, sino también el centro productivo que más riqueza genera en la República de Irlanda. En 1170 la isla fue invadida por los reyes británicos y pasó a formar parte de sus dominios. No obstante, los señores feudales se rebelaron y se instauró un conflicto que duraría muchísimos años, hasta que en 1801 el Parlamento Irlandés fue abolido y todo el territorio pasó a formar parte del Reino Unido. Pero la lucha no cesó. En 1919 se proclamó el Estado Libre de Irlanda, aunque siguió estrechamente ligado a las leyes inglesas. En 1949 por fin se constituyó la República de Irlanda, libre y soberana. La independencia dio a Dublín un empuje que con el tiempo la han convertido en una ciudad fuerte y moderna. Es una de las ciudades europeas más visitadas y destino de jóvenes que van de paseo, y muchos de ellos a estudiar inglés.
Los países anglosajones no son especialmente reconocidos internacionalmente por su riqueza gastronómica, pero cada vez hay más cocineros jóvenes que están estudiando las tradiciones culinarias de sus países y están actualizando y dando a conocer la cocina de las islas. Me sorprendió gratamente, después de las palizas que nos pegábamos todo el día, entrar hambriento en pubs o cafés y restaurantes de la ciudad y comer deliciosos platos de comida rápida. También vi restaurantes refinados de cocina fusión y de vanguardia. En un pub en el que entramos, nos pedimos la soup of the day. El camarero nos trajo una sopa espesa y blanquecina que visualmente no era muy apetecible. Siempre digo que la comida no solo debe ser rica, si no también atractiva visualmente. Se trataba de un Seafood Chowder, una sopa de pescado, marisco y un poco de verdura, que se distingue por ser muy sabrosa y densa. Realmente es más una crema. Puede ser un entrante o un plato principal y va acompañada de una rodaja de pan. Se cocina con crema de leche y hay muchas variantes. Puede ser más espesa, más ligera, con más pescado o con más marisco, etc. Lo cierto es que me encantó aquella sopa densa. Las sopas de pescado por lo general no son tan espesas, son más caldosas. Esta sopa está buenísima. Hoy les traigo la receta de esta sopa típica irlandesa. Atrévanse a hacerla y a disfrutarla. No les va a decepcionar. Como dijo, el poeta irlandés Brendan Behan: “Lo más importante del mundo es comer, beber y alguien que te quiera.”
SEAFOOD CHOWDER IRLANDÉS
INGREDIENTES:
- 1 Cucharada sopera de mantequilla
- 1 Cucharada sopera de aceite de oliva (puede ser cualquier aceite)
- 1 cebolla cabezona
- 1 zanahoria
- 1 puerro
- 1 rama de apio
- 2 papas medianas
- 1 vaso de vino blanco
- 4 tazas (½ Litro) de caldo de pescado´
- 1/2 libra (250 gramos) de pescado blanco (sin piel y sin espinas)
- 6 langostinos (una especie de camarón grande)
- 1/2 libra (250) gr de almejas
- 1/2 libra (250 gr) de mejillones
- 1/2 taza (150 ml) de crema de leche ESPESA
- Unas hebras de azafrán
- Sal y pimienta
- 1 hoja de laurel
- Perejil
- Rodajas de un buen pan
PREPARACIÓN:
CALDO DE PESCADO: Pelar los langostinos y quitarles la cabeza. Reservar las colas. Poner todas las espinas del pescado y la cabeza, cáscaras de los langostinos y sus cabezas, media cebolla, la parte verde del puerro, media zanahoria, media rama de apio y la hoja de laurel en una olla, cubrimos con agua y dejamos hervir por 20 minutos a fuego medio. Tapar y dejar reposar al menos 1 hora. No salpimentar.
Pelar y picar toda la verdura (media zanahoria, media cebolla, parte blanca del puerro, media rama de apio), en dados pequeños.
Poner en una olla el aceite y la mantequilla, cuando se deshaga, añadir la verdura picada y sofreír a fuego medio hasta que todo esté muy tierno, más o menos unos 20 minutos. Mientras se hace el sofrito, pelar y cortar las papas en dados de 2 cm (casi una pulgada). Las añadimos al sofrito, revolvemos para que todo se impregne y luego añadimos el vaso de vino. Dejamos que se evapore el alcohol del vino. Para saber si ya está evaporado, oler para descartar el olor a alcohol. Por último, añadimos caldo hasta cubrir el sofrito y dejamos cocer a fuego medio hasta que las papas estén tiernas.
Mientras se hacen las papas:
En una sartén dorar por 4-5 segundos las hebras de azafrán. Reservarlas.
Cortar el pescado en dados. Cortar las colas de los langostinos en trozos grandes iguales.
En una olla con un poco de vino y un poco de aceite, poner los mejillones, tapar y dejar que se abran. En cuanto abran, retirar de la olla, retirarles la carne a las conchas. Reservar los cuerpos de los mejillones. Colar el caldo que han soltado los mejillones. Reservar.
Cuando las papas estén blandas, añadir el caldo colado de los mejillones, añadir las almejas, el azafrán, tapar y dejar cocer por 2 minutos.
Después de los dos minutos, añadir los trozos de pescado y los langostinos en trozos. Tapar y dejar cocer por 2 minutos más.
Retirar un poco del caldo y ponerle en un recipiente, añadirle la crema de leche, mezclar bien y entonces añadir la mezcla a la olla de la sopa. Mezclar para que todo se integre. Tapar y dejar cocer 2 minutos más. Corregir el salpimentado.
Debe de quedar una sopa espesa.
Servir caliente con un poco de perejil picado por encima (también puede ser albahaca o eneldo). Acompañar con una rodaja tostada de un buen pan.
Foto cortesía: tasteofhome.com
Nota del Chef: Esta receta es parte de una serie semanal. Mi deseo es que nos permitamos hacer un viaje por el mundo que he conocido y que descubramos recetas de comidas deliciosas y fáciles y que las adoptemos para hacerlas en casa con los nuestros para poder viajar y conocer al menos una parte de esos lugares de los que les voy a hablar.