La primera vez que pasé una navidad fuera de casa y de mi país fue en Puerto Ordaz, Venezuela, en 1980. A pesar de sentirme emocionado de estar viviendo una aventura en otro país, mi corazoncito notó con tristeza que echaba de menos todo el movimiento que había y las fiestas decembrinas en mi casa alrededor de la familia.
Desde siempre las fechas de alrededor de la navidad han significado una época especial para mí. Quizás fue mi madre y su magia las que hicieron que estos días llenos de luces y purpurina se convirtieran en algo bonito e inolvidable. Este sentimiento me ha acompañado toda la vida. Diciembre siempre ha sido y es mi mes favorito del año.
El mes empezaba con mi cumpleaños. Eso ya era una antesala de lo estaba por llegar: celebraciones en familia, canciones, guitarras, visitas de los tíos, los primos, los amigos. Mi casa era un movimiento constante de gente que iba y venía. Era antigua, de la época colonial, grandísima y en el centro de la ciudad, llena de patios y corredores. Mi padre utilizaba para su negocio una parte de la planta baja y el resto lo alquilaba a pequeños comerciantes y oficinas. En la segunda planta, en la parte trasera, vivíamos nosotros. La parte delantera la alquilaba como oficinas. Durante todo el día y la noche había gente que entraba y salía por una u otra razón.
En diciembre, aparte del ritmo delirante de la tipografía de la que era dueño mi padre, que trabajaba 24 horas al día, mis padres contrataban vendedores que distribuían tarjetas de navidad por todo Cali, Colombia, mi ciudad natal. Varios meses antes mi papá contactaba con un señor español que aparecía por Cali con unos álbumes inmensos llenos de modelos de tarjetas navideñas y le compraba, por pura intuición, las tarjetas más bonitas. Las elegíamos entre todos. Después, los vendedores las hacían llegar a empresas y particulares para saludar a clientes, familia y amigos. El trabajo de mi papá, aparte de vender, era personalizar las tarjetas imprimiendo, por ejemplo: Cacharrería la 14 le desea una feliz navidad y un venturoso año nuevo, en el tipo de letra que el cliente escogiera, en color dorado o negro y con algún dibujito.
A mí me tocaba repartir nuestras tarjetas de felicitación de navidad a nuestros familiares, amigos y a los clientes de mi papá. Era algo que me encantaba, una aventura anual que significaba lanzarme a las calles de Cali caminando o en bus con una bolsa llena de tarjetas y llevar el saludo navideño a las casas o negocios de nuestros conocidos. Todos me recibían con una sonrisa y en cada sitio pillaba alguna cosita rica: buñuelos, natillas, dulces, brevas con queso, desamargado, manjarblanco, suspiros, cucas, etc., etc. Esa labor me llevaba algunos días y por ello, a propósito, me dejaba para el mediodía algunos lugares donde sabía que me iban a invitar a almorzar. La casa de mi abuela Edelmira, la casa de mi tía María, el restaurante de mis tíos Ernesto y Melba, el restaurante de la comadre Ruth, el restaurante de los padrinos de Dalia, entre otros. Y no fallaba. Esos días comía como un rey. Yo me sentía afortunado.
Recuerdo que mi abuelita siempre me daba un tamal tolimense. Los mejores tamales que he comido en mi vida. Mi mamá, mis tías maternas, mis primas, mi querida Ida, heredaron la sazón de los tamales de mi abuelita. Cuando me como un tamal, mi cabeza vuela a Siloé, a esa casa grande con un patio lleno de animales. Veo a mis abuelitos, a mis primos, a mi tía Rosa. Irremediablemente la comparación con aquellos deliciosos tamales me viene a la cabeza y es cuando me doy cuenta de que el cerebro tiene una memoria para los sabores y los recuerdos que van unidos a ellos. Tengo una memoria de sabores unida a una memoria de olores, acompañada con una memoria de música y lugares que están ligadas a todas esas personas que estuvieron en mi vida y formaron el esqueleto de mi infancia.
Años después, en el Oriente venezolano, por aquel entonces moderno Puerto Ordaz, recordaba aquellos sabores y me cayó alguna lágrima nostálgica. Una querida amiga me invitó a comer una hallaca, que es la versión venezolana de los tamales colombianos. Pues me gustó. Tiene algunos elementos característicos para reconocer que son diferentes a los de mi abuela, pero en esencia son lo mismo. La base es maíz, un guiso de cebolla y tomate, carne de pollo, o res o cerdo, o las tres juntas y todo envuelto en hojas de plátano y después cocido a fuego de leña. Los sabores de la hoja del plátano y del maíz se mezclan y le dan ese sabor característico a la hallaca.
Las hallacas son deliciosas. Es el plato navideño venezolano por excelencia. Hoy les traigo esa receta. Disfrútenlas. Saben a hogar.
HALLACAS VENEZOLANAS:
Ingredientes:
- 4 ½ Libras de carne de res
- 4 ½ libras de carne de cochino
- 1 ½ libras de tocino
- 2 cebollas muy picaditas
- 6 ajíes dulces picaditos
- 1 taza de cebollín picadito
- 8 dientes de ajo picaditos
- 1 cucharada de orégano
- 1 cucharada de comino
- 1 cucharada de ajo en polvo
- 1 cucharada de pimienta
- Sal
- 1 vaso de Vino tinto
- Hojas de plátano´
- Aceite vegetal
Masa:
- 1 taza de manteca de cerdo
- 1 taza de achiote
- 3 paquetes de harina precocida blanca
- 15 tazas de caldo de pollo
- 4 ½ tazas de mantequilla blanda
- Sal
Relleno:
- ½ Taza de aceite vegetal
- 4 cebolla medianas cortada en aros
- 3 pimentones rojos cortados en tiras delgadas
- 4 tazas de perejil en rama
- 1 ½ tazas de pasas negras
- 2 tazas de garbanzos cocidos
- 1 taza de alcaparras
- 2 tazas de aceitunas rellenas de pimentón
- 2 paquetes de tocineta picada en trocitos
- 1 rollo de pabilo
Preparación:
GUISO: Cortar las carnes en dados pequeños y colocarla en un bol. Agregar la cebolla, el ají dulce, el pimentón, el cebollín y el ajo. Sazonar con el orégano, la sal, el comino, el ajo en polvo, la pimienta, el vino y el aceite. Mezclar bien y dejar macerar en la nevera de un día para otro. Ir mezclando de vez en cuando para que se impregne bien.
HOJAS: Mientras macera la carne, preparar las hojas: se deben lavar con agua, limpiarlas y secarlas bien con un paño seco. Separarlas entre hojas más grandes y las pequeñas. Ayudarse de una tijera.
MASA: En una sartén añadir la manteca y el achiote, dejar que la manteca se deshaga y el achiote suelte su color. Retirar del fuego y dejar enfriar. En un recipiente grande echar la harina de maíz, añadir a cucharones el caldo de pollo, integrando cada vez, añadir la mantequilla, hasta que la masa esté compacta. Amasar vigorosamente. Añadir la manteca colorada y sal al gusto. La masa debe de quedar suave y con color amarillo. Hacer 50 bolitas de masa.
MONTAJE: Humedecer una hoja pequeña con un poco de aceite vegetal, colocar una bola de masa en el medio. Extender la masa con ayuda de las manos hasta que tenga ¼ de pulgada de grosor. Colocar una cucharada y media de guiso con su jugo. Encima del guiso colocar 2 aros de cebolla, 1 tira de pimentón, una rama de perejil, 3 pasitas, 2 garbanzos, 2 alcaparras, 2 olivas y un trocito de tocineta.
Envolver la hallaca y volver a envolver con otra hoja grande para reforzar y amarrar con el pabilo haciendo un lazo.
En una olla grande poner unas hojas de plátano al fondo de la olla, poner las hallacas bien acomodadas y cubrir con agua hirviendo. Poner a cocer por 1 hora y media.
Sacar las hallacas y escurrirlas, preferiblemente en posición vertical. Dejarlas enfriar y ponerlas en la nevera hasta consumirlas. Si no se van a comer enseguida, se pueden congelar.
FELIZ NAVIDAD!!
Nota del Chef: Esta receta es parte de una serie semanal. Mi deseo es que nos permitamos hacer un viaje por el mundo que he conocido y que descubramos recetas de comidas deliciosas y fáciles y que las adoptemos para hacerlas en casa con los nuestros para poder viajar y conocer al menos una parte de esos lugares de los que les voy a hablar.