Llegué a Amsterdam por primera vez, en un viaje que hice por el norte de Europa con mi hermano Camilo, una tarde de diciembre de 1988. Recuerdo que hacía mucho frío, íbamos forrados de abrigos de todo tipo de la cabeza a los pies y a pesar de todo el envoltorio, estábamos helados.
Entonces éramos muy jovencitos y teníamos poco dinero, así que decidimos dormir en un albergue juvenil cerca del centro, muy bonito y bien acondicionado, donde como cosa curiosa, los baños y las duchas eran compartidos por chicos y chicas sin distinción, eran unisex. Superada la vergüenza de ducharte al lado de una danesa o un inglés, nos acomodamos en el camarote que nos adjudicaron.
Aunque ya era de noche, pedimos información en la recepción del albergue de los sitios más populares, y un chico muy amable nos señaló en un mapa —antes no había Google Maps —lo más interesante y visitable de la ciudad, así que, bien abrigados y paraguas en mano, nos fuimos a la calle a conocer esa maravillosa ciudad. No había tiempo que perder.
Un poco más de la mitad del territorio holandés está por debajo del nivel del mar, teniendo su punto más bajo a casi 7 metros. De ahí su nombre: Países Bajos. Hay una impresionante obra de ingeniería que permite que una red de esclusas mantengan sin ningún problema el país fuera del peligro de las inundaciones, como las que azotaron el país el 1953. El agua ha convertido a Holanda en una potencia marítima, siendo el mar el mayor aliado del país, pero en ocasiones su enemigo más traicionero.
En algunos espacios abiertos es llamativa la imagen de los barcos pasando por delante de uno, como si estuvieran en un segundo piso.
Amsterdam es una ciudad para conocer caminando. Está llena de canales. No en vano se la conoce como La Venecia del norte. Además de parques, avenidas arboladas, museos, plazas y calles llenas de tiendas y restaurantes, cuando uno pasea, curiosamente, se pueden ver los interiores de las viviendas. Las inmensas ventanas de las casas sin cortinas, ni barreras de ningún tipo, permiten ver los interiores de las casas. Es como si uno al pasar delante de ellas, por unos instantes, hiciese parte de su intimidad. Los ocupantes actúan con toda normalidad sin estar atentos a quién pasa por la calle y los observa. Son casas muy bonitas de techos altos y decoradas con mucha sobriedad y mucho gusto.
Los horarios y las costumbres de comida de Holanda son muy diferentes a las de Latinoamérica y de La Europa Mediterránea. Suelen desayunar muy poco a primera hora de la mañana. Luego hacen un pequeño y ligero almuerzo con una bebida sobre el mediodía. La cena o comida fuerte la toman al volver a casa, sobre las 5 ó 6 de la tarde. Cuando uno pasea por los barrios con canales, puede ver a las familias unidas, cenando todos alrededor de la mesa y conversando.
Los que estamos de visita tenemos varias opciones a la hora de comer. Hay restaurantes de todo tipo por la ciudad. Gustan mucho por aquí, los italianos, los asiáticos y los árabes. También hay muchas cadenas conocidas de hamburguesas y pizzas. Empiezan a verse algunos restaurantes latinos y alguno de comida exótica. Por la calles hay paraditas donde venden comida casual, papas fritas y bitterballen, también hay bastantes expendedores de comida a los que llaman “los muros”, que son como una estantería llena de cajitas con un nombre y un precio, donde se ofrece fast food. Los muros no solo ofrecen comida fría tipo sándwiches y ensaladas, también hay caliente recién hecha, como papas fritas, bitterballen, hamburguesas, pizzas, hot dogs, así como bebidas, también frías y calientes. Es normal ver por la calle a la gente comiendo papas con ketchup y mayonesa y churros con chocolate y bebiendo mientras van caminando. Una amiga holandesa que vive en Barcelona, me dijo que la comida no tiene en realidad mucha importancia para los holandeses. Con cualquier cosa, cumplen el trámite y continúan con sus quehaceres. Solo hacen una comida fuerte en el día.
Los holandeses son grandes bebedores. Sobre todo de cerveza. En Amsterdam está la fábrica de Heineken, que tiene un museo muy interesante de visitar. Al final del tour te invitan a una cerveza. Por la ciudad hay muchos pubs y también están los famosos cofeeshop, muy visitados por los turistas de todo el mundo.
Con mi hermano nos caminamos toda la ciudad. Pasear por Amsterdam en diciembre es mágico. Todo estaba engalanado con luces y adornos navideños. Cerca de la estación central había un árbol inmenso lleno de muñequitos y bolitas con luces de navidad. La parte superior del árbol estaba coronada por una inmensa estrella de luces. El frío y las luces con las calles brillantes y húmedas por la lluvia y la humedad, daban a Amsterdam un ambiente bucólico y de cuento.
He vuelto muchas veces a Amsterdam y siempre que puedo me gusta volver. Allá, cerca de la capital, vive mi sobrina Marjorie con su familia desde hace varios años, así que tengo motivos permanentes para volver. Es una ciudad que me gusta, que está llena de reclamos interesantes y bonitos. Es dinámica y moderna, con una calidad de vida muy alta. Es sobria y elegante. La imagen de las bicicletas aparcadas por cientos en los parqueaderos públicos es esperanzadora. Hay en los holandeses un compromiso real con el medio ambiente y la ecología.
Hoy les traigo la receta de los bitterballen, un snack parecido a las croquetas españolas, pero como su nombre indica, son redondas. Son muy habituales en la comida holandesa. Se consiguen en los muros y en cualquier restaurante. Están muy ricos y son muy fáciles de hacer.
BITTERBALLEN
Ingredientes
- 1/2 libra (300 grs.) de carne res cocida
- 2.5 cucharadas (60 grs.)de mantequilla
- 1/2 taza (60 grs.) de harina
- 1 vaso de Caldo de carne
- Sal
- Pimienta
- Perejil
- Polvo de curry
- Pan rallado
- Huevo
- Aceite de oliva
Preparación:
Desmenuzar la carne y añadirla a un bol junto con un huevo batido y remover hasta que se forme una masa. A continuación, vamos añadiendo poco a poco la harina, espolvoreándola mientras seguimos removiendo toda la masa.
Poner en una olla la mantequilla, el polvo de curry, el perejil, la sal, la pimienta y la mitad del caldo de carne. Sí hace falta echamos más. Dejamos que llegue a hervir todo el contenido y cocinamos durante un par de minutos, para q todo se integre. Cuidado de que no se queme.
Pasados los dos minutos, retiramos del fuego, esperamos a que se enfríe un poco y lo añadimos a la masa de carne, removiendo y mezclando todo lo mejor que podamos.
Una vez que todos los ingredientes se encuentran perfectamente compactados, tapamos el bol con papel film (de plástico) y lo reservamos en la nevera al menos durante 8-12 horas, para que los ingredientes se integren.
Transcurridas las horas, sacamos de la nevera el bol y retiramos el film. Con la mano vamos cogiendo porciones de la masa y haciendo bolas redondas de unas 2 pulgadas (4 o 5 centímetros), las pasamos por harina, huevo y pan rallado y reservamos.
Freír los bitterballen en abundante aceite caliente, no todas a la vez, hasta que estén doradas y crujientes.
Servir acompañadas de mostaza, ketchup y/o mayonesa, o uña salsa de este tipo que les agrade.
Nota del Chef: Esta receta es parte de una serie semanal. Mi deseo es que nos permitamos hacer un viaje por el mundo que he conocido y que descubramos recetas de comidas deliciosas y fáciles y que las adoptemos para hacerlas en casa con los nuestros para poder viajar y conocer al menos una parte de esos lugares de los que les voy a hablar.