La primera vez que fui a Estambul fue por una carambola de la vida. Faltaban muy pocos días para que llegase la Semana Santa de 2002, tenía días disponibles y no tenía a dónde ir. Llamé a la agencia de viajes y me ofrecieron las últimas dos plazas de un viaje que incluía avión, hotel y desayuno en Estambul, ciudad en la que nunca había pensado como destino turístico y menos en aquella ocasión tan imprevista. Al ser las últimas plazas, el precio era realmente bueno. Lo hablamos mi amigo Rafael y yo, le pareció bien y nos fuimos de viaje esa semana a la antigua Constantinopla.
Estambul es una de las ciudades más hermosas que conozco. Además, es una de las ciudades más grandes de Europa y está llena de magia. Ubicada en el cuerno de oro, en un lugar estratégico entre Asia y Europa, está dividida por el estrecho del Bósforo, que une el mar de Mármara y el Mar Negro. Podría deleitarme hablando de la belleza de las orillas de este estrecho, o las vistas que hay desde cualquier pequeña terraza de Asia o de Europa, pero sería largo de contar. Un paseo en barco por el Bósforo le permite al turista disfrutar de la belleza de sus mezquitas, los minaretes, los palacios, palacetes, casas particulares, las antiguas casas de madera que permanecen en pie desde los tiempos del imperio otomano y muchos castillos medievales. Todo ello lo transporta a uno a otros tiempos de este país lleno de historia y cultura.
La parte histórica del centro de Estambul se conoce caminando. La Mezquita Azul, Santa Sofía, las cisternas, el gran bazar, los baños turcos, los mercados de especies y de comida, los palacios, las calles que alegremente serpentean bajando al Bósforo y desde las que siempre se encuentra una vista al mar. Cuando uno llega al puerto, pasa a la otra orilla a través de un puente donde siempre hay gente pescando mientras por debajo pasan cientos de barcos que van y vienen a varios sitios de la ciudad. El paseo por la calle Istiklal, que va desde el puerto a la plaza Taksim, es absolutamente recomendable. Se puede hacer en el tranvía nostálgico, pero vale la pena darse el paseo. Es un placer para los sentidos recorrer esa calle. Hay tiendas, restaurantes, cafeterías, monumentos y museos muy interesantes y de todos los tipos.
Perfumada y colorida, la cocina turca es una fuente de sabores y de creatividad que atrapa a los amantes de la gastronomía. Propone un desafío para los sentidos y refleja la compleja y agitada vida de un pueblo. Cada plato es el espejo del transcurso de esa vida que ha conformado una identidad cultural muy propia. La cocina turca tiene su propia identidad, que se ha generado en base a una extraordinaria variedad de productos, elaboraciones y lugares y formas de servir la comida. Cualquier producto humilde y común se transforma en un plato especial y único en manos de un cocinero turco. ¿Cuál es el secreto? No hay. Hay mucha historia, mucha vida y un pueblo tenaz, burbujeante y creativo.
No sabría qué escoger de la cocina turca. Hay tantas cosas que me gustan de ella, que realmente resulta difícil decantarse por algo en concreto. De alguna manera en su gastronomía está la tradición histórica de los países mediterráneos y esa dieta que está tan de moda y que se considera la más sana de las existentes y que se basa en ingredientes como el tomate, la cebolla, el pimiento, las berenjenas, el aceite de oliva, las especias y una variedad de carnes, pescados y mariscos de gran calidad.
Me encantan las berenjenas y en Turquía son muy populares y las saben preparar de muerte. Les traigo la receta del Imán Bayildi (Imán desmayado), o berenjenas rellenas, que en realidad es un plato vegetariano que proviene de Grecia, de la zona del mar Egeo. Pero sus antecedentes vienen de la época del Imperio Otomano. En Estambul se puede encontrar esta delicia en ventas de comida callejera y en todas las cartas de los restaurantes. El relleno de la berenjena lleva cebolla, pimiento, ajo, tomate y aceite de oliva. Todo muy sano y muy rico. Y además, es muy fácil de preparar.
BERENJENAS RELLENAS DE TURQUÍA
Ingredientes:
- 6 Berenjenas medianas
- 3 cebollas moradas
- 1 taza de aceite de oliva
- 2 tazas de tomate triturado
- 1 cucharada sopera de vino blanco
- 1 cucharada sopera de azúcar
- 1 manojo de perejil fresco
- Sal
- Pimienta
- Orégano seco
Preparación:
Lavar muy bien las berenjenas. Hacerles un corte longitudinal, de arriba abajo, sin llegar a dividirlas en dos. Ponerlas en agua con sal para quitarle el sabor amargo.
Pelar las cebollas y cortarlas en juliana. En una sartén con media taza de aceite poner a cocer la cocer la cebolla, a temperatura media baja.
Pelar y picar muy pequeñitos los dientes de ajo. Añadirlos a la sartén de la cebolla. Mojar con la cucharada sopera de vino blanco.
Cuando la cebolla ya esté transparente, añadir 1 taza de tomate triturado. Añadir la cucharada de azúcar, y dejar que se cocine a fuego medio durante 15-20 minutos.
Cortar finamente el perejil. Reservar.
Salpimentar la cebolla y añadir la mitad del perejil cortadito. Dejar cocer por un par de minutos y bajar del fuego.
En otra sartén echar la otra mitad de taza de aceite, calentar y a temperatura media, freír las berenjenas a fuego medio, hasta que se ablanden.
Precalentar el horno a 350ºF (180ºC)
Colocar las berenjenas en una bandeja de horno y bañarlas con la salsa de tomate. Hornearlas por 45 minutos en la parte baja del horno, a 350ºF (180ºC.)
Cuando ya estén las berenjenas, emplatarlas cuidando de no quemarse. Echar por encima un poco de orégano seco y un poco de perejil picado. Servir caliente, acompañadas de arroz blanco o papas asadas o queso feta.
Nota del Chef: Esta receta es parte de una serie semanal. Mi deseo es que nos permitamos hacer un viaje por el mundo que he conocido y que descubramos recetas de comidas deliciosas y fáciles y que las adoptemos para hacerlas en casa con los nuestros para poder viajar y conocer al menos una parte de esos lugares de los que les voy a hablar.